En esa época trabajaba en las radios Horizonte y El Mundo: hacía efemérides, traducciones al español, ordenaba discos, atendía el teléfono y, cada tanto, le acercaba un café a Juan Alberto Mateyko. Amalia Amoedo tenía 19 años y acababa de perder a su padre cuando su hermano mayor, Alejandro Bengolea, le regaló su primera obra: una pintura de Gachi Hasper que aún conserva. Y que definiría su destino como artista, coleccionista, mecenas y “embajadora” del arte argentino.